Entrevista a Anabela Benich y Eric Galarza

Entrevista a la directora del CIE Anabela Benich, y al supervisor en integración escolar Eric Galarza

"No trabajamos solamente sobre la necesidad, sino también sobre el potencial"

Según la Ley 26.206 de Educación Nacional todos los ciudadanos tenemos derecho a estudiar, incluidos aquellos con discapacidad. A pesar de los avances en materia de inclusión escolar, solo un 35% de los estudiantes con discapacidad se encuentran integrados en escuelas comunes, según el Ministerio de Educación. Para reducir esta brecha, y lograr incorporar a esa parte del alumnado, se encuentra el Centro de Integración Escolar (CIE), un equipo interdisciplinario que acompaña a los estudiantes en todos los niveles educativos y diseña planes educativos que se amolden a ellos.

En este contexto, el trabajo de profesionales como Anabela Benich, licenciada en psicopedagogía y directora del Centro de Integración Escolar, y Eric Galarza, psicólogo y supervisor en integración escolar resulta clave. Desde su experiencia ambos comparten cómo es trabajar en el ámbito de educación inclusiva, y de qué modo construyen ese nexo entre las escuelas y las familias.

¿Qué leyes respaldan el trabajo que ustedes realizan en el ámbito de la inclusión escolar?

Anabel Benich: La ley que respalda esta prestación es la Ley 26.206 de Educación Nacional, que establece que la escuela es para todos. Además, hay un marco legal más amplio, como la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y la Convención sobre los Derechos del Niño.
De todos modos, aunque el marco legal existe, la formación docente no siempre acompaña. Los institutos de formación docente no incluyen de forma amplia materias vinculadas a la discapacidad o al abordaje de las diferencias. Eso influye directamente en la capacidad de los docentes para generar aulas realmente inclusivas.

¿Qué hace específicamente el Centro de Integración Escolar en el día a día?

Anabel Benich: El nombre oficial de la prestación es Servicio de Apoyo a la Integración Escolar (SAIE). En la Ciudad de Buenos Aires hay muchos SAIE: somos equipos que brindamos, en forma privada, una prestación que se llama justamente "apoyo a la integración escolar".
Nosotros lo que hacemos es acompañar a alumnos con discapacidad en escuelas comunes. Las familias nos contactan a través de escuelas, obras sociales o prepagas. Si el alumno tiene certificado de discapacidad, su cobertura médica paga el acompañamiento.

Eric Galarza: Nosotros buscamos a un profesional que se adapte a las necesidades del estudiante, y armamos un plan de abordaje. Ese profesional no es una "sombra", sino que colabora activamente con los docentes: les acerca estrategias, recursos y adapta lo necesario para que el alumno pueda participar y aprender.
Se trata de una intervención mediadora entre el aprendizaje y las características del alumno.

¿Qué tipo de herramientas o recursos utilizan para acompañar a los estudiantes?

Anabel Benich: Son principalmente recursos pedagógicos. Por ejemplo, si el grupo está trabajando con un texto extenso y el alumno acompañado tiene un ritmo de lectura más lento, podemos facilitarle un texto más corto o adaptado.
La idea no es modificar el contenido curricular, sino facilitar el acceso a ese contenido. Todos los alumnos aprenden diferente: hay quienes resuelven mejor oralmente, otros escribiendo o dibujando. El trabajo del profesional apunta a encontrar esas puertas de entrada para cada caso.

¿Cómo se articulan con la educación especial? ¿Existe discriminación o separación entre lo especial y lo común?

Anabel Benich: En el sistema educativo argentino hay ocho modalidades, y una de ellas es la educación especial. No se trata de discriminar, sino de trabajar en conjunto.
Por ejemplo, en Provincia de Buenos Aires, los alumnos con discapacidad deben estar inscriptos en una escuela especial, por normativa. En esos casos, coordinamos con esas instituciones.

Eric Galarza: El SAIE nació para funcionar en escuelas comunes, pero hoy en día tenemos algunos estudiantes que están en escuelas especiales. Antes, si un alumno pasaba a educación especial, dejaba de tener acompañamiento externo. Ahora, en algunos casos puntuales —por cuestiones de movilidad, emocionales o conductuales— seguimos acompañando con un profesional externo.
Es mínimo, pero la figura del acompañante se flexibiliza y se ajusta a las necesidades del estudiante, incluso más allá de lo que dice estrictamente la normativa.

¿Cuál es el objetivo final del acompañamiento que ustedes brindan?

Anabel Benich: Acompañamos trayectorias de aprendizaje. Eso puede empezar en nivel inicial y llegar hasta la universidad.
El profesional se adapta a cada etapa: en el jardín puede tener un rol más grupal y vincular; en la universidad, trabaja más con los docentes y se ajusta al contexto adulto del estudiante.

¿Les ha tocado acompañar procesos de inclusión en adolescentes o adultos, sin haber estado antes en la primaria?

Eric Galarza: Sí, hay casos de estudiantes que comienzan con nosotros recién en el secundario o incluso en la universidad.
De hecho, actualmente tenemos procesos de admisión en marcha con estudiantes que están en quinto o sexto grado, que quizás no necesitaron apoyo en la primaria pero ahora sí.

¿Cómo definen desde el CIE cuándo intervenir en una escuela especial?

Anabela Benich: No discriminamos entre instituciones, pero sí analizamos bien cada caso antes de comprometernos en un acompañamiento dentro de una escuela especial, porque no es lo más habitual en nuestro recorrido. Evaluamos si la demanda —ya sea de la familia o de la institución— está justificada y si realmente podemos aportar algo significativo a esa trayectoria. Si es así, intervenimos.

¿Cómo es el vínculo con las familias durante el proceso de integración?

Eric Galarza: Las familias son fundamentales. Nosotros solemos representar este trabajo como una mesa: el estudiante está en el centro, y cada pata representa a un actor clave —la familia, la escuela, los terapeutas, y el equipo de apoyo. Para que funcione, todo tiene que estar equilibrado.

Benich: Desde el comienzo, el contacto con las familias es permanente. Se acercan buscando que acompañemos la trayectoria educativa de sus hijos, y a partir de ahí se establece un trabajo conjunto. Algunas familias requieren más orientación que otras, pero siempre buscamos que participen activamente, que respondan a las solicitudes de la escuela y que colaboren con lo necesario para que el proceso funcione.

¿Qué estructura interna tiene el CIE para sostener este trabajo?

Galarza: Tenemos un esquema de trabajo en capas. El profesional de apoyo acompaña al estudiante en la escuela todos los días o según se necesite. Por encima está el coordinador, que visita la escuela como mínimo una vez por mes. Luego interviene un supervisor, que evalúa el funcionamiento general, y finalmente la dirección, que tiene una mirada panorámica sobre todos los procesos.

¿Cómo se diseña una propuesta de intervención educativa?

Benich: Al ingresar a una institución, no presentamos un plan prediseñado. Durante el primer mes hacemos una evaluación contextual del estudiante. No nos quedamos solo con el diagnóstico médico: buscamos comprender cómo funciona ese estudiante en ese entorno escolar en particular. Luego, elaboramos una propuesta con objetivos y estrategias específicas, y definimos qué se necesita de cada parte involucrada: escuela, familia, terapeutas y nuestro propio equipo.

¿Qué relación tiene esta propuesta con el PPI?

Galarza: La propuesta del CIE no es equivalente al PPI (Proyecto Pedagógico Individual), aunque pueden tener puntos de contacto. En CABA, por ejemplo, nuestra propuesta muchas veces es la única guía porque no siempre hay doble escolaridad con escuelas especiales. En Provincia, puede haber un PPI elaborado por la escuela especial, y en esos casos tratamos de articular. A veces incluso colaboramos en su redacción si la escuela lo solicita.

Benich: Pero es importante aclarar que nuestra intervención es desde el área de salud, no desde lo pedagógico. Sin embargo, la realidad es que muchas veces terminamos haciendo de todo, por la necesidad concreta del caso.

¿Han notado un aumento en las solicitudes de acompañamiento?

Benich: Muchísimo. Hoy tenemos una matrícula de alrededor de 460 estudiantes y la demanda crece año a año. Esto se relaciona con los avances en los instrumentos de diagnóstico, que permiten detectar condiciones como el autismo de manera más temprana. Esos diagnósticos tempranos permiten intervenir a tiempo y mejorar notablemente el pronóstico del estudiante, lo que impacta directamente en su inclusión educativa.

¿Todas las trayectorias inclusivas pueden sostenerse a lo largo del tiempo?

Galarza: No necesariamente. La trayectoria educativa es un camino que puede modificarse. Hay estudiantes que completan todo su recorrido en escuelas de nivel común, y otros que, por distintos motivos, necesitan cambiar de modalidad en algún momento. Lo más importante es que el proceso educativo sea significativo y disfrutable para el estudiante.

¿Qué sucede cuando una trayectoria en escuela común ya no es posible?

Anabela Benich: Por suerte, el sistema educativo argentino cuenta con ocho modalidades. Esto permite que, cuando un estudiante no puede continuar en la escuela de nivel, se explore otra opción dentro del sistema, como una escuela laboral o una escuela especial. Antes, hace unos años, cuando un chico pasaba a la escuela especial, sentíamos que el ciclo se cerraba. Hoy no es así.

Seguimos trabajando, como decía Eric. Por ejemplo, tengo un alumno con una discapacidad motriz que no estaba pudiendo sostener la escolaridad de nivel porque también tenía un compromiso cognitivo. Lo derivamos a una escuela de modalidad motora, no especial, pero surgieron otros desafíos —como temas conductuales— y ahí volvimos a intervenir nosotros. Las modalidades están entrelazadas y eso nos permite sostener los procesos.

¿Cómo se adaptan a las necesidades de cada estudiante?

Galarza: Es un trabajo muy flexible. Se adapta totalmente a las necesidades y potencialidades de cada alumno. Nosotros no trabajamos solamente sobre la necesidad, sino también sobre el potencial.

Benich: Claro. Una condición, como por ejemplo el autismo, impone limitaciones, pero también impone un montón de potencialidades. Nosotros, como profesionales neurotípicos, también tenemos necesidades y fortalezas: por ejemplo, yo tengo una predominancia visual sobre lo oral. Eso ya es una necesidad y una fortaleza. Lo mismo sucede con los estudiantes con alguna condición.

Desde la inclusión educativa, trabajamos para potenciar lo que el alumno sí puede hacer. La limitación ya está; no tiene sentido enfocarnos solo en lo que falta. Si trabajamos solo en reparar, no ayudamos a crecer. Es lo que llamamos "mentalidad de piso versus mentalidad de techo". Si yo pongo el techo, ese alumno nunca va a superar sus propias capacidades.

¿Cómo se implementa esa mentalidad en la práctica?

Galarza: Supongamos que un alumno tiene muchas dificultades con el cálculo. En lugar de forzarlo a resolverlo de manera convencional, buscamos una alternativa desde su fortaleza: puede usar una calculadora, apoyarse en material visual o en estrategias más adaptadas a su perfil.

Benich: Exacto. Se trata de resolver el contenido desde sus potencialidades, no desde su déficit. Eso es inclusión: promover, expandir, no limitar.

¿Qué rol juegan las obras sociales en este sistema?

Benich: Las obras sociales y prepagas son las que financian el servicio de acompañamiento que brindamos. Son quienes abonan las prestaciones que nosotros brindamos, en función del diagnóstico y del certificado de discapacidad del estudiante.

Galarza: Trabajamos también con particulares, en caso de que una familia no tenga obra social. En esos casos, se establece un acuerdo privado entre partes.

¿Y cómo funciona esto en el ámbito de la escuela pública?

Benich: Nosotros trabajamos con escuelas públicas, aunque como equipo somos privados. El Estado, tanto en CABA como en Provincia de Buenos Aires, ofrece escolaridad y escuelas especiales estatales, pero no incluye este tipo de acompañamiento externo dentro del aula común.

Lo que sucede es que las obras sociales pagan estas prestaciones especiales con un fondo que proviene de los aportes de todas las personas en relación de dependencia. Es un circuito que, aunque privado, está sostenido por un sistema solidario.

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